Tan pronto se dieron a conocer los resultados de Pisa 2012, diversos “analistas” se han dedicado -como es su costumbre- a denostar la educación mexicana, a reclamar cambios urgentes y a pedir que se queme en leña verde a los maestros, especialmente a los de la CNTE y el sureste en general.
Aceptando, sin conceder -como se dice en el argot leguleyo- deficiencias en el sistema educativo nacional y necesidad de implementar estrategias y programas que permitan superar los rezagos evidentes, me parece que no es correcto ningún juicio de valor sobre la educación mexicana que se sustente pura y exclusivamente en PISA.
El sistema educativo mexicano tiene una historia de la cual el gobierno y los particulares adinerados son los directamente responsables. Por lo tanto, los resultados obtenidos en PISA y en cualquier otra evaluación son corresponsabilidad del gobierno y los particulares, sin exentar a los docentes, los estudiantes, la familia de los estudiantes, los libros de texto y la marginalidad en que sobreviven miles de jóvenes evaluados.
La formación inicial y continua de los docentes, históricamente ha sido responsabilidad y competencia del Estado y el SNTE, ambos han suscrito mancomunadamente cuanto documento se ha utilizado para este fin, esto evidencia que estamos frente a un “Sindicato de Estado” y no hay evidencias de que sus líderes hayan sido elegidos democráticamente y sin la anuencia o imposición gubernamental, por lo tanto, la recuperación de la rectoría del Estado es sólo una frase.
Visualizar el sistema educativo mexicano a través de una muestra estudiantil es harto riesgoso y muestra una pérdida de rumbo, pues se cambia el enfoque formativo integral y humanístico, por un modelo eficientista y pragmático formador de muchachos “resolvedores” de pruebas, ceñidos a los cánones de la pedagogía empresarial, que puede llevarnos a visiones sumamente pobres de la verdadera formación de seres humanos.
El ex presidente Felipe Calderón incorporó a su Plan Nacional de Desarrollo el logro de un puntaje específico en PISA, obviamente no se logró, y aunque se hubiera logrado, no tendría la menor importancia, pues jamás nuestro país ocupará posiciones primas en esta evaluación en la que participan los 34 países de la OCDE y otros tantos invitados para sumar apenas 65 de los 198 países del mundo o sea que hay 133 países a los que PISA les importa un bledo.
PISA evalúa matemáticas, lectura y ciencias a una muestra aleatoria de los estudiantes que tienen 15 años y que en su mayoría cursan la preparatoria (63% en México, y 100 % en Finlandia y Japón, 94% en Corea del Sur), sólo el 37 % cursan el tercer año de la secundaria. Los resultados no están diseñados para establecer lugares y las interpretaciones quedan con mucho a juicio de quien quiera hacerlo, por lo tanto su interpretación se presta a diversos errores.
PISA no es la panacea universal, es una prueba limitada a medir el desempeño, no el aprendizaje, no evalúa habilidades y conocimientos de muchas otras asignaturas de los cientos de programas que conforman la oferta de Educación Media Superior y otros espacios formativos no curriculares como la creatividad, el arte, el heroísmo, el sacrificio, y los valores morales, cívicos y éticos. PISA es apenas una fotografía instantánea que varía más rápido que inmediatamente.
¿Cuándo será el día en que seamos capaces de construir un sistema educativo acorde con nuestra realidad? La importación de modelos extranjeros no ha dado buenos resultado, pero seguimos empecinados en disfrutar del “síndrome del casillero vacío” de que hablaba el economista chileno Fernando Fajnzilver.
Estamos obnubilados con el ranking de las mediciones internacionales mientras sigue creciendo la cantidad de compatriotas que sobreviven en pobreza extrema, mientras sigue creciendo la cantidad de mexicanos sin alfabeto o con escolaridad inconclusa, ¡ellos no importan! ese parece ser el mensaje oficial secundado por los “analistas” que jamás han estado en un aula de escuela pública, ni como estudiantes ni como maestros.
Respecto a la vulnerabilidad de PISA, me llaman la atención dos datos: 1) Finlandia, Corea del Sur y Japón obtienen buenos resultados en PISA; 2) Tienen los más altos índices de suicidios juveniles en el mundo y escasos premios Nobel: 3, 1 y 12 respectivamente; en cambio Estados Unidos se ubica en lugares intermedios de PISA y tiene menores índices de suicidios juveniles y más de 287 premios Nobel.
Además EU supera con mucho a Finlandia, Corea del Sur y Japón, punteros de esta evaluación idolatrada por los “analistas” mexicanos, en inventos y patentes.
Los “analistas” mexicanos ejercen una sistemática autoflagelación que llega a niveles patéticos a sabiendas de que los ocho países latinoamericanos que participaron en PISA 2012 se ubican en los últimos 15 lugares, aunque habrá que destacar a las entidades que se colocan en niveles harto decorosos en matemáticas, lenguaje y ciencias: Aguascalientes 437; Nuevo León 436, Jalisco 435, Querétaro 434, Colima 429, Chihuahua y Distrito Federal, 428; la media nacional es de 413.
Eduardo Andere señala una verdad incuestionable “No es cierto que los maestros sean el secreto de la calidad de los aprendizajes medidos por pruebas estandarizadas. La receta es mucho más compleja que eso; ojalá así fuera de sencillo.”
Creo que, finalmente, se está cumpliendo el designio profético que presentó en el 2002 John Elliott (Perspectivas, vol. XXXII, N° 3) cuando denunció “En el mundo posindustrial presenciamos cómo el Estado abandona paulatinamente su papel de proveedor directo de servicios públicos como la educación. Este repliegue va acompañado de la desestabilización de los sistemas burocráticos de gobierno de “mando y supervisión”. A este respecto, se presentan dos opciones: la desregulación por medio de la privatización y la regulación indirecta mediante el Estado evaluador.”
Esto significa, dejar en manos del sector privado, con fines de lucro, la gestión en las escuelas, prescindiendo del concepto de la educación como bien público, necesario para el desarrollo y la perduración de un orden social justo, equitativo y democrático. Los mecanismos del mercado determinan qué atributos (competencias) definen a un buen maestro, y quién puede suministrar la formación y/o capacitación que hace falta.
Para terminar, una súplica a las autoridades gubernamentales del país: En la formación inicial o continua del personal docente salvaguarden y mantengan el ideario que consagra los principios de la educación en el sistema democrático, por favor vuelvan sus ojos a las normales, la UPN y las escuelas estatales; rescaten de las garras aventureras del sector privado a los docentes que obnubilados por la pedagogía empresarial han sacado a sus hijos de la escuela pública para inscribirlos en los colegios, porque padecen el síndrome del restaurantero que come en la fonda de enfrente, porque ya no confía en los alimentos que él prepara.