Germán Álvarez Mendiola*
En la década setenta los actores relevantes de la educación superior impulsaron la expansión y la reforma universitaria. Se pensaba que de manera natural y necesaria el crecimiento de la matrícula estudiantil mejoraría la distribución de las oportunidades escolares. Entrar a la universidad se concibió como un asunto de democratización y justicia social. La reforma de las universidades implicaba asignarles un papel decisivo en la transformación social. Así, las universidades tenían un “deber ser” relacionado con anhelos de cambios políticos y económicos en la nación. La principal preocupación del gobierno era acelerar la expansión del sistema ante una creciente y potencialmente conflictiva demanda estudiantil, recomponer el pacto social con los nuevos sectores emergentes y hacer frente a la politización de las instituciones de educación superior. La idea central de los movimientos universitarios fue, además de ampliar el acceso a la educación superior, lograr que las universidades tuvieran un papel destacado en la transformación revolucionaria del país. Como lo señaló Olac Fuentes (1989), en esa década la expansión y politización marcaron la prioridad de la agenda política pública.
Un elemento central fue el reclamo contra el autoritarismo y las formas tradicionales de decisión y control políticos. La politización de las universidades era una derivación directa de los acontecimientos de 1968 y de las restricciones que imponía un gobierno reacio a los reclamos sociales. Grupos de jóvenes estudiantes y profesores encontraron en la idea de democratizar las universidades públicas un terreno propicio para promover sus aspiraciones de transformación de la sociedad. Muchos creyeron que la universidad se debía a la revolución y que, para lograrlo, era necesario controlar el gobierno universitario.
En este contexto surgió el sindicalismo administrativo y, a mediados de la década, el sindicalismo académico. Ambas expresiones de la lucha política y laboral y las respuestas dadas por las autoridades universitarias en un marco jurídico laboral impreciso generaron climas de intensa confrontación, alimentada por la llamada “insurgencia sindical” en diversas partes del país, cuya principal demanda consistía en acabar con el “charrismo” y el control monopólico del partido gobernante sobre los sindicatos. Tanto las luchas estudiantiles como las sindicales llevaban al seno de las universidades las expresiones del conflicto político y social que se desplegaban en diversas esferas de la sociedad.
En lo que respecta a la expansión del sistema de educación superior, se confrontaron dos opiniones. Para unos el crecimiento de las universidades era necesario, básicamente por motivos sociales y políticos. Pero los asuntos académicos eran hechos a un lado. En el mejor de los casos se pensaba que de manera natural harían de ser resueltos; en el peor, que no importaban por corresponder a visiones burguesas de la sociedad. Otra opinión era que la expansión abatía inexorablemente el nivel académico, opinión que llevó adelante la crítica de lo que entonces se llamaba masificación. Por esos días leímos el texto de Martin Trow (1974) sobre los problemas del tránsito entre un sistema de educación superior elitista a un sistema de masas y entendimos que todavía el sistema mexicano no se había masificado. Esto permitió a Olac sugerir que más que una masificación se había vivido una expansión sumamente veloz, realizada en condiciones de precariedad institucional y con efectos a menudo dramáticos sobre la gestión, las formas de gobierno, las prácticas académicas y el tejido institucional mismo.
Algunos técnicos y especialistas, Olac incluido en su fase juvenil, sostuvieron que las universidades se desarrollarían mediante la planificación, idea que, sin embargo, condujo a menudo a hacer de lo administrativo la actividad sustantiva. Hubo quienes se plantearon resolver los problemas de la llamada masificación con cambios curriculares orientados por la misión social de la universidad y con nuevos métodos de enseñanza que, en teoría, propiciarían comportamientos críticos y participativos en los estudiantes y superarían las relaciones directivas o autoritarias en el aula.
Al finalizar la década setenta, algunos círculos académicos plantearon dudas sobre la forma como se concebía la educación superior. En ese contexto, la crítica de Olac fue demoledora. Los movimientos estudiantiles se habían agotado; el balance de las incursiones de la izquierda en el gobierno de escuelas y universidades era poco halagador y muchos de sus dirigentes transitaban a la política partidista y electoral; el sindicalismo universitario había entrado en un periodo de normalización legal pero con signos de descomposición y clientelismo; los sindicatos académicos mostraron limitaciones como instrumentos de defensa gremial e hicieron a un lado sus aspiraciones de contribuir a la reforma universitaria; las universidades estaban agotadas por el intenso activismo político y por la burocratización; el bajo nivel académico era ampliamente reconocido por diversos actores y sectores de la sociedad. También se pusieron en cuestión los análisis centrados en la reforma universitaria que amparaban la idea de que, en un momento determinado, ocurriría un proceso refundador que cambiaría en poco tiempo todo aquello que nos disgustaba. La realidad aparecía más compleja de lo que se había supuesto. Y era tarea de los investigadores adentrarse en ella de otra manera.
Si observamos estos procesos desde los cambios que ocurrían en las ciencias sociales y en sus aplicaciones a la educación, podemos detectar que fue superándose la idea de que una teoría general “panexplicativa” –como el marxismo– era capaz de dar cuenta de todos los procesos. El pluralismo teórico fue, en parte, una respuesta a la necesidad de encontrar explicaciones a los cambios producidos en las últimas dos décadas en el Estado y la sociedad. En el campo educativo Olac propició la crítica a las visiones economicistas, instrumentalistas y reproductivas, a través de la difusión y discusión de diversas obras. Dicha crítica fue concomitante a la discusión sobre los problemas del marxismo y su crisis, sobre la eficacia reguladora del Estado y sobre la autonomía de la cultura y la ideología, a partir de la discusión de las obras de Gramsci. Varios trabajos con estos temas escritos por diferentes autores fueron publicados en la revista Cuadernos Políticos, de cuyo consejo editorial Olac Fuentes formó parte.
La discusión de la década setenta no daba cuenta de las transformaciones del estado. La apertura hacia la democracia en América Latina; la configuración de nuevos actores políticos y sociales; la crisis fiscal que asoló a los estados; las presiones provenientes de los países desarrollados para sentar nuevas bases de la integración de América Latina; las tensiones entre el carácter “benefactor” del Estado y las tendencias hacia la liberalización; y la oposición entre las formas autoritarias y corporativas de dominación y la civilidad política conformaron un terreno que exigió aproximaciones distintas en el estudio de los estados latinoamericanos. De ahí que el auge de los estudios sobre los procesos de transición y la democracia representó una plataforma analítica novedosa para entender las realidades políticas de los países de la región. Junto con el debate sobre la naturaleza del estado, de los sistemas y los regímenes políticos, nos acercamos a los esfuerzos de diversos autores respecto a las burocracias estatales y las políticas públicas en América Latina. Estos enfoques sitúan las relaciones entre el estado y la sociedad como relaciones entre actores que actúan por medio de instituciones en torno a cuestiones que se juzgan socialmente importantes para intervenir en ellas. Estos estudios constituyeron un arsenal teórico y empírico que reunió diversas experiencias analíticas en América Latina. Olac fue un entusiasta promotor de la lectura y discusión de varios autores latinoamericanos que analizaron los regímenes autoritarios y las transiciones hacia la democracia.
En resumen: como parte de un “espíritu de época” y en buena medida impulsados por Olac, nos preocupamos menos por la gran teoría y más por construcciones teóricas eclécticas que se acercaban a lo que Merton llamaba teorías de alcance intermedio; entramos al conocimiento de Gramsci; nos acercamos a las contribuciones de politólogos latinoamericanos; nos hicimos de insumos del análisis de políticas públicas; comenzamos a incluir el estudio de los actores y de los niveles de la política; nos aproximamos a los enfoques organizacionales, a los estudios sobre las burocracias y a los análisis sobre cambio institucional; y vislumbramos la necesidad de desarrollar perspectivas comparadas nacionales e internacionales. Fue un momento de apertura académica e intelectual que marcó el fin de nuestra inocencia revolucionaria.
Referencias
Fuentes Molinar, Olac (2023). “La educación superior en la crisis y las opciones de la política futura”. En: Casillas, Miguel (Comp.) Olac Fuentes Molinar. El desarrollo de la educación superior en México y las políticas públicas. Editorial Transdigital. https://doi.org/10.56162/transdigitalb12. [Ponencia presentada en la conferencia anual de Comparative and International Education Society. Harvard Graduate School of Education. Marzo 30- abril 2 de 1989, publicada en Universidad Futura, vol.1, n. 3, octubre de 1989].
Trow, Martin (1974). “Problems in the transition from elite to mass Higher Education”, en OECD, Policies for Higher Education, París.
*Investigador del DIE-Cinvestav
Parte 1: La mirada de Olac Fuentes sobre la educación superior. Palabras preliminares https://educacion.rmb.mx/la-mirada-de-olac-fuentes-sobre-la-educacion-superior-palabras-preliminares-parte-1/