El pasado martes 7, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación dio a conocer el Informe Nacional de Resultados del Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadanía 2016. Lo coordinó la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA), la misma que organiza el de Tendencias en Ciencias y Matemáticas, el TIMSS. El objetivo de la prueba de educación cívica es establecer qué tan preparados están los jóvenes para ser ciudadanos del siglo XXI.
En este estudio participaron 16 países europeos, cinco de América Latina y tres de Asia. La población objetivo fueron alumnos de segundo de secundaria. La muestra mexicana fue de cinco mil 526 estudiantes, mil 918 maestros y 213 directores de escuela. La información se recabó con tres instrumentos: un examen de conocimientos cívicos a los alumnos; cuestionarios a los mismos alumnos, y a docentes y directores acerca de actividades y actitudes cívicas.
En términos de conocimientos, los estudiantes mexicanos calificaron en 467 puntos, de 600 posibles; muy lejos de Dinamarca (586) y Taipéi (581); aunque por arriba de Perú (438) y República Dominicana (381). En este tipo de encuestas, las respuestas cognoscitivas se agrupan en conjuntos que van del A, el más alto; al D, el menor, México quedó en el C. Esto implica que los estudiantes identifican los principios fundamentales relacionados con el civismo y la ciudadanía. Pero no demuestran una comprensión integral de conceptos cívicos; tampoco tienen una perspectiva crítica.
El compromiso de los estudiantes mexicanos, según su autorreporte, con el imperio de la ley es muy bajo. Alrededor del 40% de los estudiantes declararon que de seguro o probablemente pintaría las paredes, bloquearía el tráfico y ocuparía edificios públicos como forma de protesta. El cuestionario no especificó si el motivo del descontento era una causa justa. Algo anda mal en la sociedad mexicana; no se le puede cargar la culpa nada más a las escuelas.
Pocos estudiantes —y coligo que es lo mismo con adultos— leen periódicos y hablan con sus padres acerca de lo que sucede en el mundo; cerca del 60% recoge información de la televisión, en contraste con menos del 30% que utiliza la internet para enterarse de temas políticos y sociales; pero sospecho que la usan para otros menesteres, como comunicarse con amigos y dar cuenta de temas banales.
Sin embargo, los estudiantes muestran preocupación por problemas globales como sobrepoblación, escasez de energía, crisis financiera, crimen, pobreza, cambio climático, terrorismo y contaminación. En contraste, desconfían de los partidos políticos y algo de las redes sociales, pero confían en los medios.
Sus percepciones de lo que consideran positivo para la democracia y la ciudadanía responsable ofrecen números aceptables (algo de optimismo para el futuro). Discurren que es correcto que haya libertad para criticar al gobierno, que existan normas para elegir a los gobernantes, protestar —aquí sí hay una calificación acerca de la justicia— si creen que una ley es injusta y piensan que todos los grupos étnicos deben tener derechos. También estiman que para ser un buen ciudadano es importante trabajar duro, asegurar el bienestar económico de la familia, proteger los recursos naturales, respetar los derechos de otros, apoyar a las personas en desventaja y auxiliar a gente de países menos desarrollados.
En esta sección también se preguntó si obedecer la ley es una conducta de ciudadanía responsable, 52% pensó que sí. Aquí tenemos la bronca. Casi la mitad de los alumnos de segundo de secundaria consideran irrelevante el respeto a la legalidad (afecta el optimismo para el futuro).
El estudio de la IEA y el INEE también trata de la acción de las escuelas. De eso me ocuparé en otra entrega junto con el análisis de la relevancia de que México participe en este tipo de estudios que derivan de la globalización.